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jueves, 21 de octubre de 2010

UN NUEVO PERFUME EXTRANJERO.

La Caleta y el Muelle en los años 80.

JOSÉ MIGUEL RODRÍGUEZ RODRIGUEZ (conocido en su faceta de humorista por Jose Canillas Castillero).    

El autor del artículo vivió durante muchos años en el Castillo y  aunque actualmente ya no reside en el pueblo se considera como un castillero mas. En su artículo nos relata una vivencia que tuvo siendo niño a principios de los años 80 del pasado siglo y nos cuenta como era la vida de los niños por aquella época.

La historia que les cuento transcurre en el Castillo del Romeral, pueblo pesquero enclavado en el sureste de Gran Canaria, sabedor de necesidades y penurias contra la mar y el viento. Allí, a principios de los ochenta, más o menos un año antes de que un tipo con bigote,  cara de chiflao y pistola en mano, intentara implantar una nueva bigotudez  en España. De esta manera la gente aún no se había  llevado el susto y olvidaba  el reciente y oscuro pasado de capataces de cultivo, robos de kilos de tomates en la manufacturación, silencio, señorío en el almacén…, amparándose  en las promesas turísticas.

 Era verano y en el Castillo no faltaba ni actividades, ni espacio. Pescar de orilla, pesca submarina, de barquillo, mariscar, jugar en la playa o, si no, pa’  los tomateros a echar guirreas de tomates maduros, coger nidos de pájaros, cazar lagartos y conejos; si estos se dejaban ver.  La verdad que, hoy día, mirando pa’  tras, esto suena un poco salvaje ¿no? Pero más salvaje ha sido y es el engranaje y maquinaria del turismo, que  con cemento  derretido  hormigona  sus cuentas bancarias e hipoteca las raíces y futuro del paisaje, conciencia y memoria de un pueblo. Pueblo que, en este caso, no por dejar de tener  arenas rubias y mares en calma haya sido excluido de chanchullos urbanísticos, a pesar de ser una zona de paso de aves migratorias  declarada  RESERVA NATURAL. Por aquella época nadie tenía pesadillas con centrales, cárceles,  piscifactorías y un sinfín de ideas monstruosas que nuestros burgueses y políticos, imponen para seguir mamando y destruyendo impunemente.

En la  calle, el muelle, la playa, los cocederos, Juncalillo, Juan grande, el Matorral, Agadir o, por donde quiera que fueras, habían chiquillos  jugando, mataperriando y, en muchos casos, ayudando a sus padres en los tomateros o en la mar. El fútbol, la pesca,  la lucha canaria y el boxeo era de los deportes más seguidos y, digo seguidos, porque el Castillo, a pesar de que la gran mayoría de sus habitantes eran criollos y se conocían por el paso de generaciones, ese cúmulo de roces contra y entre ellos mismos, en momentos decisivos, los unía como una pella.

Tito Herrera, Jose Miguel Rodriguez y Oscar Guedes,
algunos de los protagonistas de la historia.
 Aquella tarde  ausente de  anzuelos, balones, trompadas y bicicletas. Oscar, había invitado a jugar en su casa a Vicente,  Angelito y Miguel, el Porky. Miguel no tenía raíces castilleras, él procedía de Aguatona,  Ingenio. Como a los de Ingenio le dicen cochineros y el chiquillo era gago (tartamudo), cuando llegó allá bajo, según abrió la boca, lo bautizaron como el Porky. Ese dichete en honor aquel cerdito  famoso por su: “y, y esto, y esto to, y es too too, y esto es to todo amigos” (¡Naa!, crueldad infantil). Menos mal que allí todo el mundo tenía un dichete o apodo, si no  familiar, ganado a pulso, como el Porky.

Habían quedado a las cinco, el Porky fue el último en llegar. Mientras tocaba en la puerta sintió unos  tirones y unos movimientos  raros en la barriga, como si  estuviera  pescando y un rascancio de kilo y medio estuviese comiendo de su carnada. Pero no le dio importancia entró,  saludó, se dirigió hasta el cuarto y se sentó en el suelo al lado de Angelito. Oscar, estaba  explicando las reglas de un nuevo juego que le habían regalado “¿Quién es quién?”, el cual consistía en adivinar la identidad  y oficio de unos personajes, después de  camuflarlos entre bigotes,  gafas, pelucas y sombreros.

Con las reglas  del juego explicadas, empezaron a jugar y a adivinar por turnos. El Porky, ya convencido que no le estaban picando sino más bien que había mal de fondo, lo que sentía era el plomo entre un remolino de algas a la deriva por  el suelo marino; pero, lejos de recoger  los atarecos y marcharse, lo que hizo fue cambiar de posición.  En su espacio de aquel círculo, el Porky  colocó  rodillas y codos en el suelo  apoyando la  barbilla y la cara sobre sus manos, con la intención de cerrar compuertas y no alertar a la población. Seguro de que el embate  (la calma) llegaría en cualquier momento y de que podría disfrutar de aquella tarde con sus amigos se relajó. El remedio fue eficaz, pero no le duro mucho tiempo. Le tocaba jugar a él y tuvo que cambiar de posición. No había pasado tres minutos cuando sintió el choque de las placas abdominales y, como si de un tsunami se tratara, se le encogió la barriga y, a modo de ola gigante, fue subiendo hasta chocar contra  el muro de costillas; además, obedeciendo a la ley de la gravedad. Aquella masa de malestar descendía a una velocidad de vértigo hacia su salida natural. Miguel,  aunque estuvo rápido y disimulao para, de un brinco volver a la posición de seguridad y cerrar compuertas, no llegó a tiempo del todo. Unas  partículas fueron a empotrarse contra los pantalones  traspasando los calzoncillos su parte más liquida.

Un brote de gas aromático  no tardo en contaminar el ambiente.

- “¡Fooh!, dijo Oscar.
- “¡chacho!, ¿Quien se cagó?”, preguntó Vicente.
- “Gallina que canta gallina que pone”, dijo Miguel intentando desviar la atención  y el sofoco que reflejaban sus sudores.

Oscar,  se levantó corriendo y abrió la ventana. Pasaron unos minutos y ya se respiraba aire puro en la habitación. El Porky,  más aliviao y relajao,  se volvió a sentar y fue cuando se dio cuenta de las calidas, esponjosas y húmedas partículas  frutos del rebozo.  Claro, si en aquel momento se marchaba, demostraba  que había sido él. Así que decidió  seguir sentado y mantener el juego de: “fuiste tú, no, no, fuiste tú”. Pero ahora preocupado por  la reacción de los residuos.

El calor,  empezaba a hacer estragos en aquella pequeña habitación de las casas baratas, no dejó pasar la oportunidad de unirse y  poner sus  graditos y condición ambiental. Un cálido aroma empezaba a emerger  hacía las alturas  de manera  alertadora. El Porky,  en situación de pocas salidas, le daba vueltas a la cabeza.

Como si al juego le hubiesen aplicado una opción virtual, ahora se trataba de adivinar quién era el químico  de semejante laboratorio.  Angelito,  miró uno a uno y al llegar a Miguel,  por segunda vez,  lo señaló. Oscar y Vicente también lo afirmaban de manera burlesca. El Porky, con cara de cagao, con prisas y  preso de la condena que iba a sufrir cuando la noticia saliera de aquella habitación, la cagó aun más en un último intento  de salvación:

- “Que no mi niño, que yo no fui. Eso que ustedes huelen,  es un nuevo perfume,  que los  extranjeros dejaron en el taxi de mi padre.”
   
Notas:

- Inconscientemente  quizás Miguel  olía el futuro turístico.
- El motivo por el que no menciono los apodos  de los demás  protagonistas, es por el mismo cariño y respeto, que contiene cada una de estas palabras.

UN SALUDO.

JOSÉ MIGUEL RODRÍGUEZ.

2 comentarios:

  1. Me ha parecido cuanto mas, gracioso y entretenido.

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  2. Dios!! lo que me he reído, no he podido parar de reir. jajajajajaja!!!!
    Javier Sánchez Macias

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